Cuando entramos a la escuela nos enseñan a leer y a escribir, a sumar y a restar, aprendemos las capitales de los países del mundo y los nombres de los presidentes y las personas más importantes que han marcado un antes y un después en la historia de nuestro país y del mundo. Pero pocas veces aprendemos a gestionar nuestras emociones, a tener empatía con los demás, a saber qué es lo que nos está ocurriendo cuando nos enfadamos, cuando nos ponemos tristes o cuando estamos confundidos. La educación emocional brilla por su ausencia en la escuela, y muchos piensan que eso es algo que deben hacer realmente los papás en la casa, pero dada la importancia de estas emociones y los problemas que puede generar el no saber controlarlas, cada vez son más los que apuestan por asignaturas de este estilo en el colegio.
Desde que somos chicos estamos viviendo intensas emociones que al principio no entendemos, y que tratamos de gestionar a través de lo que vemos en los demás, especialmente en nuestros papás. No somos tan conscientes de eso que nos está pasando, y simplemente berreamos y lloramos cuando estamos descontentos, porque en muchas ocasiones aprendemos que haciendo eso logramos el control de la situación y nuestros padres hacen lo que sea para que dejemos de gritar. Se llega así a un chantaje permitido porque “son cosas de niños”, y que puede derivar en problemas graves para gestionar las emociones. Y no hablamos solo de la rabia, sino también del amor, de la sexualidad, del deseo o de la frustración. Si no aprendemos a manejarlas lo podemos pasar muy mal.
La importancia de gestionar emociones
El ser humano está ligado a esas emociones que van desde las más básicas a las más complejas, y que nos asaltan en momentos determinados, para enfrentarnos a problemas o a situaciones de la vida cotidiana. Desde la ira a la frustración, el miedo o la propia alegría, estas emociones nos ayudan a entender mejor el mundo que tenemos a nuestra alrededor, y nos sirven para canalizar nuestros propios sentimientos, nuestras ideas. A veces es imposible no sentirnos cabreados, furiosos o tristes en ciertos momentos, porque es una respuesta lógica ante un acontecimiento. Sin embargo, la gestión de esas emociones sí que puede ser controlada, y debemos entender que está en nuestra mano cambiar esas cartas para mejorar nuestra situación, porque de lo contrario serán ellas las que nos controlen a nosotros por completo.
Aprender a gestionar emociones
Lo primero que debemos decir sobre este tema es que vamos a hablar de gestionar y no de reprimir las emociones. Esto es algo importantísimo y que mucha gente todavía no sabe diferenciar. Y es que las emociones están ahí por algo, y son necesarias, incluso el miedo o la tristeza, porque son signos de nuestro cuerpo que nos avisan de nuestro estado de ánimo, de que hemos de cambiar algo o de que vamos por buen camino. No hay que reprimir la tristeza, hay que saber cómo gestionarla, aceptarla y reponernos de ella, cuando sea el momento adecuado. Esto se consigue asumiendo que a veces no depende de nosotros tener esas emociones, porque son una respuesta totalmente natural e instintiva. Lo que sí depende de nosotros es cómo las gestionamos.
Controlar las emociones puede llegar a ser muy útil en nuestro día a día, sobre todo para mantener la calma en situaciones que nos puedan generar ansiedad o tristeza, por ejemplo. Como decíamos arriba, si no controlamos las emociones serán ellas las que nos controlen a nosotros, y a veces esto puede ser un grave problema, porque nos dejaremos llevar siempre por el instinto, en lugar de por la lógica. Debemos ser lo suficientemente maduros para parar un momento cuando nos estamos sintiendo mal, analizar la situación y con tranquilidad, ver si somos capaces de cambiarla. La gestión de emociones se consigue siendo conscientes de nuestra propia fuerza mental, de nuestro poder sobre nuestros pensamientos. No obviándolos, pero sí anteponiendo los positivos a los negativos, por ejemplo, para no caer en esa vorágine de oscuridad.
Gestionar las emociones en niños
Hemos hablado de madurez a la hora de gestionar las emociones, algo que podemos hacer también a base de práctica, cuando llegamos a cierta edad. Pero, ¿qué ocurre con las emociones cuando somos críos? Los pibes también sienten enfado, frustración o tristeza, y por desgracia para ellos no suelen disponer de las herramientas para cambiar el sentido de esas emociones, y por eso les afectan más. Tampoco podemos pedirles, como muchos papás hacen, que se olviden de esas emociones negativas al instante, porque en el futuro les servirán de gran ayuda. Repetimos, no se trata de dejar fuera la tristeza, sino de aceptarla y entenderla, para cambiarla cuando tengamos oportunidad.
Debemos ayudar a los pibes a controlar esas emociones, demostrándoles con nuestro ejemplo que se puede conseguir. Si cuando nos ocurre algo malo a nosotros montamos en cólera o tenemos ataques de ira, el niño asociará automáticamente eso a esa emoción, y es lógico que la reproduzca cuando le pase a él. Con el enfado pasa lo mismo. Es una actitud muy natural en los niños pequeños, que siempre quieren conseguirlo todo y no entienden por qué las cosas no son como ellos desean. Hemos de enseñarles a aceptar esa frustración, y no intentar premiarles por dejar de llorar, o castigarles si no dejan de hacerlo. Deben ser capaces de aprender a gestionar sus propias emociones en todo momento.
Libros aprender a gestionar las emociones
La educación y la inteligencia emocional son campos psicológicos y sociales que se han desarrollado mucho en los últimos tiempos, seguramente por la necesidad de enseñar tanto a hombres y mujeres como a niños la fortaleza de poder gestionar bien nuestras emociones. Encontramos muchos libros escritos por especialistas sobre el tema, como Inteligencia Emocional, de Daniel Goleman, seguramente uno de los pilares de toda esta corriente. Educar con Inteligencia Emocional, escritor por varios autores americanos, es también otro volumen muy interesante y popular sobre este tema. Por último, también podemos destacar el precioso y gratificante ensayo Brújula Para Navegantes Emocionales, de la famosa doctora española Elsa Punset.